martes, 28 de julio de 2009

El viaje

Estábamos en el carro hacia rumbo fijo, habíamos hecho el plan para no pagar peaje ni de ida ni de venida. Mis cómodos camuflados que me llevan hasta donde quiero, las sandalias parcas y mi alma de obrero hicieron de este hombre un aventurero involuntario para este viaje, esperando que nunca tuviera regreso.
Íbamos a más de ciento veinte por la carrera, atravesamos ríos, puentes, gente, atravesamos nuestras vidas, nos unimos en la misericordiosa huída del tiempo, y nos colmamos de tanta belleza que casi nos sentimos alienados.
Eran las 3:40 de la tarde cuando inició nuestro viaje, apenas se alcanzaban a ver algunas nubes y el cielo, tan azul, que no aguantaba más el sol. Éramos solo dos y ella conducía. Mientras tanto yo, inmerso en las montañas del Valle, me preguntaba que sueño tarareaban ellas todas las noches, que esperanzas tenían cuando caía el día y sobre todo, ¿como lograban sobrevivir esas pequeñas casas entre los árboles?, dicen que la tierra lo da todo, desde agua hasta comida, pero también, ¿que tanto aguantará que la violen, que la ultrajen, que la penetren y la dejen usada y sin más utilidad que el resguardo de prófugos que por ahí la guerra los mandó?
En nuestro viaje adelantamos en curva, sobrepasamos camiones, recorrimos distancias sin necesidad de tiempo, y a mi derecha el vasto resplandor de los rayos del sol entre las nubes que se habían posado sobre la punta de las pendientes más altas. Nos nublamos con el paisaje mientras al fondo sonaba una de Bosé, la mejor, diría yo.

El recorrido continúo por media hora más, esquivando cualquier indicio de peaje e intentando no perder de vista la majestuosidad del lugar, y claro, sin perdernos en el trayecto.
El viento en la ventana golpeaba tan fuerte que parecía que se fuera a romper, sin embargo no fue suficiente para que yo dejara de sacar mi mano y recordar los mejores años de mi vida, cuando las preocupaciones no pasaban de la tarea de sumas y restas sin hacer para el día siguiente.
Las épocas de mi vida pasaron en un abrir y cerrar de ojos, cuando de pronto, mi compañera cuestiona sobre la existencia del amor y las vanidades de los malditos, empezamos con nuestra charla y la terminamos al llegar al primer pueblo en el que visitaríamos a una amiga.

Salimos de su casa, y gracias al hermano, pudimos llegar al destino, siempre con la cara del sol sobre nuestra espalda, y con el pequeño temor hacia los habitantes. Después de quince minutos de viaje, vimos el espectáculo más deplorable de todo el recorrido, la basura y las personas, la cantidad de niños orinando y de abuelas con trajes de baños de quinceañeras, las señoritas y sus monstruosos novios, la cara de desesperación de los caballos y el camino a punto del suicidio.
Parecían salidos de un video musical de cualquier loco de la nueva ola. Sin embargo, y gracias a los esfuerzos de mi viajera y adorable amiga, logramos escalar entre tanto bullicio. Caminamos al borde de la carretera hasta llegar a un remedo de barranco, desde donde se puede ver lo que habíamos hecho abajo, pero fue al momento de alzar la mirada cuando comprendí que la belleza no se expresa con palabras, que el amor no es más que una mirada a la creación, que la dulzura no se compara con lo ingenios, y que el temor es tan solo una dicha del azar.
Los rayos del sol desplegaban sobre las carreteras su omnipresencia, las personas eran como ronchas en un niño con varicela, pequeñas y molestas. Los autos parecían manejarse solos, y desee que pronto esas bestias fueran a chocarse entre ellas en una especie de apareamiento reprochable.
El cielo, el sol, las nubes, las montañas, las vacas, las cabras, los perros, y otros tantos se pavoneaban de su maravilloso orgullo, de su amor a sí mismos.

Ahí estábamos nosotros, con la mirada puesta en el cuadro, de pronto nos miramos profundamente en un beso sin labios y nos autoproclamamos amantes del horizonte. Salimos del lugar para nuestro espantoso retorno y el regreso a mi estúpida realidad.

Del norte salimos al sur y del oeste nos devolvimos por el este, y de las realidades de este viaje lo único que queda claro es que no fue un sueño, de la fecha solo puedo decir que desee que no existiera el tiempo, porque no hay nada mejor que maravillarse con la inmensidad del segundo en medio de la belleza.

4 comentarios:

  1. Mejor no podía quedar, me encantó; GRACIAS por compartir conmigo un momento tan bonito como el de aquella tarde....

    ResponderEliminar
  2. es increible como de lo cotidioano puede surgir algo tan ácido ajjajaajjajajajajajja me encanto

    ResponderEliminar
  3. Todo se trata de explorar, me gusta el recorrido, la forma, el camino... si, volver a la realidad es el golpe acostumbrado... sigue explorando todo eso, lo tienes y es lo importante

    ResponderEliminar
  4. Me regalaste una sonrisa con tu relato ... muchas gracias

    ResponderEliminar