Me levanto a las cuatro de la mañana de la cama como todos los días, bajo las escaleras en sumo silencio ya que mi esposo y mis hijos duermen; llego hasta la puerta de la cocina, abro y enciendo las luces. A esta hora hace un poco de frío y se alcanza a ver rocío en las plantas del jardín.
Prendo la estufa para preparar café mientras veo como pasa el tiempo. Hoy es un día común, excepto por el hecho de haber soñado con mi hermano fallecido hace ya varios años a manos de quien sabe qué asesino. Pienso en que tal vez debí seguir durmiendo, seguir soñando hasta encontrar el motivo de su llamado, pero mejor lavo los trastes de la cena de anoche.
Entro a una habitación que se sabe es del servicio por sus diminutas dimensiones y por estar cerca de la cocina, ahí ponemos la ropa sucia además de cachivaches de todo tipo. Son las cuatro veinticinco A.M. y aun hace frío, no se escuchan ruidos en la casa, solo se oyen algunos autos que a esta hora pasan del otro lado de la avenida. Sigo pensando en el sueño, en mi hermano, en aquello que iba a enseñarme. Continúo lavando, pero las manos no me responden; parpadeo y miro a mi alrededor, al parecer estoy unos años atrás.
Recuerdo cuando él era niño, lo recuerdo porque soy la segunda de una camada de trece y él fue casi el último en nacer, nos llevábamos más de quince año de diferencia. Era yo tan mayor y la situación en nuestra casa tan precaria que mientras él jugaba con los más chicos del barrio yo ya trabajaba para ayudar a mantener al resto de mis hermanos.
Durante gran parte de los últimos años sabíamos muy bien que guardaba secretos, siempre estaba en reuniones, llegaba tarde a casa, sus amistades nunca fueron totalmente conocidas y días antes de morir los pasaría en una finca hasta su deceso. Recuerdo bien que llegué a casa un viernes y lo ví sentado, preocupado y pensativo, me dijo que si algo llegara a pasarle que buscara en el segundo cajón de su armario unos papeles, que una mujer de nombre Liliana iría por ellos y que preguntaría por mí, si era así debía entregárselos.
Después de eso no supimos de él por cuatro días. Luego un día, casi de madrugada llamaron a mi madre, tenía que ir alguien a la morgue a reconocer un cadáver.
Anoche me acosté temprano como lo he venido haciendo los últimos veinte años, siempre a las nueve de la noche. Comencé soñando algo que me había dicho mi hijo, algo del colegio y de sus amigos, de pronto a tan solo dos minutos estoy en una casa que no ha sido terminada, se ven los ladrillos y uno que otro balde de pintura vacío, sin embargo todo está limpio y huele a lluvia, a madera, a campo. Camino para tratar de reconocer el lugar y al doblar en una esquina lo veo parado frente a una habitación cruzado de brazos, lleva puesta una pantaloneta color azul, sandalias y el pecho descubierto. Sigue mirando atentamente hasta que nota mi presencia, se vuelve hacia mí, me reconoce y sonríe; baja los brazos y con la mano derecha me llama, quiere mostrarme lo que hay adentro, lo que esconde la habitación, pero yo no quiero ver, nunca fui buena para estas cosas, me dan pavor, le ruego que no me enseñe ni me diga, “no hermanito, no quiero”, tengo miedo. Había escuchado historias de muertos que en sueños lo llaman y lo invitan a irse con ellos. Tengo hijos, cosas por hacer en casa, aun no estoy lista para irme. Él insiste, no es eso, tal vez sólo me quiere revelar a quienes acabaron con su vida o el lugar donde murió, pero tengo miedo, prefiero no saber, no conocer pues no podría vivir con ese tormento. Me continúa llamando, no quiero pero me vence la desesperación, me acerco paso a paso a su lado, no miro aun al lugar que me señala. A lo lejos reconozco un sonido, no es claro pero continúa aumentando con cada latir. Son las cuatro de la mañana, es hora de levantarme.
Escribes muy bien...me gusto...felicitaciones...
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