“El niño ausente, el proletario traía en la sangre mil generaciones del peor alcohol entre los fierros, entre los sapos entre el calor casi demente del arroyo seco, arróyalo lo convencimos, lo enamoramos y le juramos que jamás se olvidaría de nosotros…”
Rodolfo Páez
Es condición humana jajajaja, cuando sientes los dientes en tu puño, el crujir de la mandíbula quebrándose a la par, la lengua palpitando en la lentitud del movimiento, la cara del enemigo se retuerce y el sudor se desprende hacia los costados en un juego antigravitacional.
Maligno gato negro, escalera y espejo roto al mismo tiempo, sangre en el suelo, en la mano derecha los nudillos raspados por la aspereza del asfalto en que arrastraste a tu victima, mientras en la otra, sosteniendo el puñal sin usar te dispones a guardarlo, está más limpio que el rostro del hijo del rey. Sentado en una esquina del callejón con las piernas cruzadas recuerdas los mejores momentos de la batalla, para mayor sorpresa no es de noche, no, este asesinato no es común, ni siquiera los interesados noticiosos y los figones se han atrevido a aparecer. No, tampoco hay forma de que se enteren, por si no te has dado cuenta la calle está sola ¡maldita sea! No, no existe la posibilidad de que los perros lo huelan entrada la noche ni llegado el amanecer, maldices al cielo y al infierno por igual.
Son las cuatro de la tarde, ni un minuto más ni un minuto menos. El bribón que yace muerto a tus pies empezó la discusión a la una de la tarde y piensas que a esta hora ya debería expeler sus fétidos gases, lo miras de frente fijo a sus hinchados ojos, le reprochas su suerte, le bendices sus pies, le veneras su cabello, su boca desnuda y siete agujeros, su lengua morada y su garganta a punto de reventar parecen cobrar vida, te asustas de repente y tomas el puñal, esta vez quieres un golpe certero, ya has gastado demasiada energía en conseguir que pelee y en acabar, al parecer, con su vida. El estómago es el lugar escogido por ti, de preferencia por su oblicua margen y porque al lugar es imposible fallar; le hundes el filo y pasa como si se tratase de un trozo de pan, continúas así hasta que tocas tu piel con la de él. Unos cuantos sonidos se despiertan del interior, es una llanta desinflándose y soltando su vaho verde gris, nauseabundo vomitivo desagradable, una ciénaga de putrefacción y animales muertos hacen erupción apenas tocas el arma con la espina dorsal.
Has logrado atravesarlo y ahora puedes estar seguro que ha muerto, lo asesinaste amigo de ojos rojos, asesinaste al bienaventurado y de ahora en más hará parte de una historia que contarás, será tuya, la recrearás a tu antojo y él tendrá nombre y tu también lo tendrás, solo recuerda, las calles son cochinas y maliciosas, vengativas, malhumoradas, cuídate porque de tajo encuentras a alguien que necesite contar su propia historia.
Rodolfo Páez
Es condición humana jajajaja, cuando sientes los dientes en tu puño, el crujir de la mandíbula quebrándose a la par, la lengua palpitando en la lentitud del movimiento, la cara del enemigo se retuerce y el sudor se desprende hacia los costados en un juego antigravitacional.
Maligno gato negro, escalera y espejo roto al mismo tiempo, sangre en el suelo, en la mano derecha los nudillos raspados por la aspereza del asfalto en que arrastraste a tu victima, mientras en la otra, sosteniendo el puñal sin usar te dispones a guardarlo, está más limpio que el rostro del hijo del rey. Sentado en una esquina del callejón con las piernas cruzadas recuerdas los mejores momentos de la batalla, para mayor sorpresa no es de noche, no, este asesinato no es común, ni siquiera los interesados noticiosos y los figones se han atrevido a aparecer. No, tampoco hay forma de que se enteren, por si no te has dado cuenta la calle está sola ¡maldita sea! No, no existe la posibilidad de que los perros lo huelan entrada la noche ni llegado el amanecer, maldices al cielo y al infierno por igual.
Son las cuatro de la tarde, ni un minuto más ni un minuto menos. El bribón que yace muerto a tus pies empezó la discusión a la una de la tarde y piensas que a esta hora ya debería expeler sus fétidos gases, lo miras de frente fijo a sus hinchados ojos, le reprochas su suerte, le bendices sus pies, le veneras su cabello, su boca desnuda y siete agujeros, su lengua morada y su garganta a punto de reventar parecen cobrar vida, te asustas de repente y tomas el puñal, esta vez quieres un golpe certero, ya has gastado demasiada energía en conseguir que pelee y en acabar, al parecer, con su vida. El estómago es el lugar escogido por ti, de preferencia por su oblicua margen y porque al lugar es imposible fallar; le hundes el filo y pasa como si se tratase de un trozo de pan, continúas así hasta que tocas tu piel con la de él. Unos cuantos sonidos se despiertan del interior, es una llanta desinflándose y soltando su vaho verde gris, nauseabundo vomitivo desagradable, una ciénaga de putrefacción y animales muertos hacen erupción apenas tocas el arma con la espina dorsal.
Has logrado atravesarlo y ahora puedes estar seguro que ha muerto, lo asesinaste amigo de ojos rojos, asesinaste al bienaventurado y de ahora en más hará parte de una historia que contarás, será tuya, la recrearás a tu antojo y él tendrá nombre y tu también lo tendrás, solo recuerda, las calles son cochinas y maliciosas, vengativas, malhumoradas, cuídate porque de tajo encuentras a alguien que necesite contar su propia historia.
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