
Delgadez extrema, sabor a limón y chocolate, inteligente hecha magia, fantasía como las mismísimas hadas, benévola a su manera con el cuerpo que le fue concedido. Ella. Su alma vuela con una sonrisa, su corazón aligera el paso del tiempo y cuando habla pareciera que su mundo estuviera hecho a blanco y negro, dice que el sepia es demasiado viejo y que su existencia apenas inicia. Ella. Cuando me golpea se ríe, cuando me muerde se ríe aun más, pero cuando me besa…ya quisiera yo saberlo, solo lo imagino.
Estudia, trabaja, recrea, juega, torpea, jode, camina, come (a veces), ríe (de mí), escribe, se baña, lee, se viste, corre, habla, señala, se para, se sienta, mira, hace cuantas cosas se nos ocurran, pero nunca lo que hacemos. Ella. Toma sus letras en palabras, las aprieta en el pecho, igual que sus libros, los abraza como una última voluntad, se dirige en su imitación de piernas al aula, se detiene frente al edificio, mira hacia lo alto o al último piso, bocanada de aire, retoma su marcha. Ella. Me levanta la ceja, para mí es un saludo, y se lo devuelvo, lo hace el martes y el miércoles, lo hace el jueves y esperamos a la semana siguiente, sin embargo no es monótono por el simple hecho de hacerlo ella. Nos dejamos tres días, y el cuarto nos enteramos de nosotros mismos.
Un día me lee, y al siguiente lee a otro, por unos minutos contemplamos su mirada él y yo, no nos peleamos porque cada uno comparte su experiencia, y créanlo, es totalmente diferente. Ella. Sus ojos dan cuenta de la realidad patafísica de los sueños, su piel cuenta historias de barcos y de arañas, de amores y desamores, tiene constelaciones tatuadas y el espejo de la vida. Sus canciones viven en las manos, su sangre corre más arriba del cielo aun así tiene el mismo calor de los días de antaño. No hablo más de ella, el espacio no alcanza, el mundo es solo un lugar para vivir, y ella, sigue siendo ella.
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